miércoles, 26 de noviembre de 2014

Sofí no fue una nena de papa.


Sofía. Sofía no tenía papa. Como muchas de las niñas que nacen de este lado del charco. A Sofía no le gustaba alzar la mano para decir presente, cada vez que el profesor pasaba la lista en clase sentía que para ella era una total hipocresía, decir que estaba allí, decir “presente”, que se encontraba entre esas cuatro paredes, con gente que no le importaba su presencia, mientras resolvían ecuaciones, que de verdad Sofía no entendía muy bien. Mejor dicho, no le interesaba. Para ella el mundo, era otra cosa.  

Malena. Le encantaba que la vieran. Los ensayos sobre antropología tampoco le importaban, pero quería estar allí, que la vieran como vestía, que todo el salón escuchara el apellido, impronunciable, pero que a fin de cuentas le daba estatus, el que ostenta, el que le brota del maquillaje, que brilla con el celular traído del extranjero. El mismo apellido por el  que sus abuelos fueron exterminados, pero ese es otro cuento. Estamos hablando del presente. No de holocaustos.

Sofía. Solo quería un cupo para dormir en el campus de la universidad de 9 a 12, viendo ardillas y guacamayas abrir sus alas, y sentir sus medias humedecidas por la grama. No quería el cupo para mantener una familia a costa de sus capacidades matemáticas. Aun cuando los amaba, se sentía vacía entre tanto academicismo. Lo de ella eran las hojas de papel, los arboles verdes, un dibujo a grafito de rostros a medio terminar, manchado con lágrimas, no se sabe si de alegría o de tristeza. Lo de ella era el olor a marihuana, el reloj enorme, inalcanzable tras de ella. Allí en ese espacio limitado por el reloj, un edificio de antigua residencias, ahora aula de clases, y un pasillo bordeado por enormes chaguaramos, era en pocas palabras el mejor cuarto que podía tener en su vida. Ver la gente pasando, preocupada por exámenes, era lo que le daba más risa, gente tan preocupada por cosas que no se comen, que no se escuchan, que no se besan. ¿Qué tendrían de bueno esas cosas?

Malena. Ya estaba acostumbrada, al tipo de tránsito, era la cuarta vez que chocaba, en un mes, en el mismo semáforo. Ya no le importaba lo que decían sus padres, total, ella necesita el carro para ir a la universidad, sino ¿Cómo coño estudia la niña?, de todos modos, siempre hay un dicho para esos casos, y aún cuando Malena, detestaba hablar como la gente de antaño, solía decir en estas circunstancias: “Lo material se recupera, la vida no.” Sus padres resignados no hallaban argumento para debatir.

Para Sofía, la luna, era bonita, la veía cada atardecer antes de entrar al metro, al salir de su habitación sin puertas, sin ventanas, pero con un paisaje esplendido. La seguía observando a través de las ventanillas que el vagón del metro en ciertos trayectos le permitía. Mientras iba en el vagón, algunos locos, otros drogos, le pedían dinero, ella le daba algunas monedas. Le daba lástima. No entendía como había gente así. Entonces, cerraba los ojos, y pensaba en los libros que alguna vez leyó, imaginándose una damisela del siglo XX en París, deseando estar en La Sorbona y no de este lado del Guaire. Se imaginaba bebiendo poesía frente al Sena.

Malena. No entendía mucho de redes pero, las usaba muy bien, para colgar fotos, ver la de los demás, decir sus ideas, malas o buenas, eran de ellas, así que también tiene derecho a expresarse. Es más, ella paga por eso, así que más derecho tiene a expresarse. Ella aunque odiaba los refranes citaba constantemente que: “todo tiempo pasado fue mejor”, su mama le decía, que antes, en la universidad, estudiaba gente buena, honrada, no esos burros con camisas rojas que están en todas partes. Que en la radio, la gente era muy preparada, no esos tierruos, que solo saben jalar bolas. Papa le decía  a Malena, que se fuera a otro país, que aquí ya no se puede vivir. Malena, decidió así sin más dejar la universidad, solo buscaría sus documentos papeles y se iría a un mejor destino, buscando un norte. Precisamente al Norte.

Sofía.  Cada vez que salía del metro rumbo a la universidad, y veía ese sol mañanero tenía la percepción de que algún día conocería a alguien como ella, que hablara con la mirada. Esa mañana ya era tarde para entrar a clases, y la lluvia había seguramente empapado su cuarto, así que decidió cambiar la rutina.  Sin buscarlo vio a alguien parecido a ella. Solo lo vio de lejos, pero tuvo una corazonada. Así que decidió ir detrás de él, cruzo una cuadra, cruzó otra. Luego había una avenida subordinada a un semáforo, él se iba alejando. Al llegar ella a la isla que separa el pavimento, el semáforo cambio a rojo. En ese momento pensó muchas cosas, si era como ella se preguntó agitadamente. Solo habría una forma de saberlo, se dijo a si misma que por fin la vida tendría sentido. ¿Por qué no correr?, las personas corren tras lo que quieren, así que decidió, saltarse la luz, y empezar a correr tras él.


La gente se bajo del autobús  a ver que había pasado más adelante, se sabía que la lluvia retrasa el flujo vehicular, pero tenía ya diez minutos estancado. El fiscal de tránsito, no se extrañaba, era el quinto choque en el mismo mes de la misma muchacha, solo que esta vez, la víctima, era una niña sordomuda, inconsciente, corriendo tras algo que parecía valioso, tratando de escapar del presente. Tal cual como la hacen cada uno de los que estaban en la cola, producto de la inconformidad de Malena (¿o de la inconformidad de Sofía?) con esto que hace tiempo dejo de ser un lugar para vivir, y se ha convertido en una jaula para sobrevivir. 

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