Eso de la idolatría y el fanatismo es un
territorio fangoso. Me gusta estar lejos de ese ambiente. Pero hay personas que
de alguna manera terminan por cruzarse en el destino de muchos y cada acción
realizada repercute en la mente y corazón de multitudes ávidas de sensaciones. De
sus logros se apropian medios de comunicación, dirigentes políticos, sociedad
en general. De sus miedos y sus fracasos solo él. Para aquellos que crecimos en
la década de los 90 en este país de beisbol como deporte rey, el fútbol siempre
estuvo relegado a un segundo e incluso tercer lugar.
Para aquellos que sentimos el fútbol en su
expresión más pura, esa que se genera en la calle o en el campo, en donde en cada
espacio se improvisan canchas sin respetar geometrías, donde los bordes de la
misma suelen ser imaginarios. Los goles, pedazos de realidad que se gritan y se
sudan, cada rival que se deja en el camino una sensación cuasi-orgásmica, cada
gol que fallas un zumbido en la conciencia. Todos nosotros, un cúmulo de corazones
y piernas sin rostro, sin identidad, hasta que apareció Juan Arango.
Zurdo, mestizo, taciturno, con una visión de
juego aplastante, pero con una capacidad de tiros libres única. Arango ha estado
presente en prácticamente todas las páginas de gloria de eso que han empezado a
llamar fútbol venezolano, es una especie de Maradona venezolano, rompiendo
estereotipos y paradigmas. Presente en grandes escenarios y epopeyas de sus
respectivos clubes, jugando para el Mallorca derrotó al mismísimo Real Madrid
de los denominados galácticos con un gol en plena lluvia (agregándole más drama
al asunto) batiendo a Iker Casillas.
En Alemania ya como jugador del Borussia
Monchengladbach, llego a dictar cátedra en asistencias y en tiros libres,
siendo reconocido por diversos medios como uno de los mejores cobradores de
tiros libres en la Bundesliga durante su estadía en tierras germanas, para
muestra un botón.
Pero en donde seguro nunca lo olvidarán será
acá en su tierra de beisbol, de idolatría fácil, pero más fácil olvido, país de
conveniencia, de poses, seguro permanecerán en la historia colectiva ese gol
in-extremis a Bolivia, el otro a Uruguay en el “Centenariazo”, particularmente
nunca olvidaré el travesaño más desgarrador de la historia de Venezuela, aquel
contra Paraguay en semifinales de la Copa América 2011 donde el portero Justo
Villar batido veía como la pincelada de ese artista sublevado se estrellaba
contra ese muro fatalista en forma de larguero.
Juan siempre fue un 10 sin el 10, su
personalidad distante de lo mediático, lo hizo un genio incomprendido. El 18 le
quedaba mejor, así como Muller hizo del 13 su 13, y Van Basten del 14 su
número, Arango hizo que el 18 fuera el dorsal que todos queríamos ver allí
detrás de la delantera en cada partido donde jugara la vinotinto. Más aun, ese
era el dorsal que queríamos ver detrás de la esférica en un tiro libre a favor
de Venezuela, acto seguido cual ritual litúrgico se gritara el gol que 30
millones de personas deseaban emitir, pero por sobre todo era más que un gol en
el marcador, más que una estadística personal, era un pequeño triunfo el saber
que en este país de beisbol hay una magia que no ha terminado de brotar y que
sale de los pies de sus hombres y mujeres(sino pregúntele a Deyna Castellanos)
y que esa magia germina con cada balón que termina besando las redes.
La gloria en el fútbol es una circunstancia, el
recuerdo de Juan Arango en todos nosotros pasará de generación en generación,
como una leyenda. No de las que se decretan, sino de las que generan paso a
paso (o pase a pase), gol a gol, e incluso poste a poste.
A Juan Arango, gracias capi.